Aroa López
Aroa López, enfermera, supervisora de Urgencias en el Hospital Vall d’Hebron (Barcelona) ha sido la encargada de intervenir en el homenaje de Estado a las víctimas del COVID-19, en representación de los profesionales sanitarios y no sanitarios que se han dejado la piel durante la pandemia. Incluimos su discurso íntegro.
«Participar en este acto es un privilegio triste. Hoy rendimos homenaje a los miles de personas que murieron a causa de la COVID-19 durante estos meses de lucha incansable, compartiendo el dolor de sus familiares y seres queridos. Ojalá nada de esto hubiera ocurrido. Ojalá yo no estuviera aquí, pronunciando estas palabras.
Pero es un inmenso honor poder hablar en nombre de mis compañeros y compañeras: los profesionales sanitarios. Enfermeras, auxiliares, médicos o fisioterapeutas. Personal administrativo, de limpieza, de cocina, de radiodiagnóstico, de mantenimiento, de laboratorios y microbiología, de psicología y del resto de áreas que dan apoyo a los asistenciales.
Y no solo ellos. Comparezco en representación de lo que se llamó entonces “la primera línea”: transportistas, reponedores, cajeras y tenderos, trabajadores de la energía y de las comunicaciones, farmacéuticos, personal de saneamientos, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; es imposible citarlos a todos. Porque fueron miles de hombres y mujeres los que cuidaban con su trabajo a los millones de españoles confinados.
En mis años como supervisora del Servicio de Urgencias en el Hospital Vall d’Hebron he tenido experiencias muy difíciles; pero esto nos marcará para siempre. Ha sido muy duro. Nos hemos sentido impotentes, con una sensación brutal de incertidumbre, y la presión de tener que aprender y decidir sobre la marcha.
Hemos dado todo lo que teníamos. Hemos trabajado al límite de nuestras fuerzas. Y hemos vuelto a entender, quizás mejor que nunca, por qué elegimos esta profesión: cuidar y salvar vidas. Aunque muchos compañeros tuvieron que dar su propia vida para ello.
Hemos cubierto necesidades básicas y emocionales. Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho vídeollamadas, hemos dado la mano, y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: “no me dejes morir solo”.
Hemos vivido situaciones que te dañan el alma. Porque quién había detrás de los EPIS no eran héroes: éramos personas, que se alejaban de sus familias para protegerlas de un posible contagio. Personas que salíamos del hospital cargadas con todas esas emociones, y que regresábamos a nuestro trabajo desde la soledad y el agotamiento, un día más. Dispuestas a transmitir fuerzas y ánimo a los enfermos, más allá de nuestros propios miedos. Fuerzas transmitidas a través de los ojos, de las miradas, porque era la única parte del cuerpo que nos quedaba visible. Entre nosotros hemos aprendido a comunicarnos a través de ellas, miradas que algunos llevamos tatuadas en la piel. Miradas que han significado tanto.
Parafraseando al grupo Vetusta Morla en su canción “abrazos prohibidos”: “por los que hacen del verbo cuidar su bandera y tu casa y luchan porque nadie muera en soledad. Sin temerle a su miedo y usando su piel como escudo. Por los que hacen del trabajo sucio la labor más bonita del mundo y pintan de azul la oscuridad”.
Quiero agradecer, de corazón, aquellos aplausos que nos dedicaba la ciudadanía. Y quiero pedir, también de corazón, que no se olviden de aquello. Que mantengan ese reconocimiento, respetando ahora las recomendaciones sanitarias. Quiero piensen en los que fallecieron, y también en los profesionales sanitarios que dejaron sus vidas en la lucha. Por favor: que su esfuerzo no sea nunca en vano.
Quiero pedir también a los poderes públicos que defiendan la sanidad de todos. Que recuerden que no hay mejor homenaje a quienes nos dejaron que velar por nuestra salud, y garantizar la dignidad de nuestras profesiones.
Y que todos respondamos a una sencilla pregunta: ¿quién cuidará de nosotros si la persona que nos cuida no puede hacerlo?
No olvidemos nunca la lección aprendida.
Gracias».